Los seres vivientes somos las yemas de los dedos del planeta Tierra.
A través de nosotros, ésta explora el ambiente exterior y recolecta información. Nuestra experiencia es la suya. Y en este esquema holístico de la vida, la imagen de los árboles siempre me pareció fascinante. Porque nacen desde la propia tierra, y allí se quedan, aunque busquen la conexión con el sol (en la mayoría de las especies). Este ambivalente movimiento vertical de crecimiento me enseña acerca del equilibrio de fuerzas, del balance, y me lleva a querer recrearlos en el papel.
Pero no es algo fácil al principio. Porque creemos ya saber como es un árbol en nuestra mente. Y creemos tambien que se apoyan en el suelo, con patas finas o anchas, sin continuar por debajo. Lo que el humano no ve con sus ojos, en esa era dominada por el paradigma visual, no existe. Por eso es importante hacer foco, detenerse y contemplar de cerca lo que pintamos. Los árboles son maravillosos personajes, que poblan nuestros paisajes. Los miramos y admiramos, para asi reconocer su valor irremplazable.

Durante la Travesía Árboles, nos concentramos en un primer Viaje en la copa superior, desde la mancha de acuarela. Practicamos la técnica del wet on wet, y la combinación de colores y de valores para buscar volumen. Nos amigamos con el agua, sin más pretención que construir una forma global y atractiva.

En el segundo Viaje, descendemos hacia el tronco y las raíces. Entendemos la diferencia entre la mancha diluida y la pincelada seca que transmite textura. Pero no perdemos de vista la presencia de la luz, que rige nuestra atmósfera y da volumen a las cosas. Las raíces, en conclusión, se hunden en el suelo orgánicas y expansivas. Investigamos la sugerencia, producto de la confusión de mezclar en el papel pinceladas que significan árbol con otras que significan cesped o tierra.
Dudamos. Tememos. Nos arrepentimos. Y a veces vemos música en lo que pintamos y disfrutamos al fin la hermosura de la naturaleza, reflejada en el papel.

Durante el tercer Viaje de esta travesía, retornamos arriba, equipados con la experiencia de los dedos de madera hundidos en la tierra, para darle más información a la copa del árbol. Separamos las motas de hojas, el follaje se vuelve una constelación de formas, se complejiza. Y las ramas cosen y contrastan al mismo tiempo. Superficie y linea, direcciones que evocan movimiento y liviandad a medida que llegamos al final del árbol. Aprendemos a construir vínculos entre formas en acuarela, y nos damos cuenta de que esta nueva habilidad nos servirá en tantos otros motivos que querramos pintar.

Y al concluir, pintamos un ejemplar final, en su entorno inmediato. Ahí donde nació y donde morirá, rodeado de otros personajes naturales que junto al árbol constituyen un micropaisaje, una escenografía autoconclusiva. Cada alumno a su manera, tomando las referencia que prefiera. Un poema distinto en cada acuarela final.
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